Hoy empieza la nueva edición del Mobile World Congress, que tiene lugar cada año en Barcelona. Desde hoy y hasta el jueves se presentarán nuevos dispositivos y tecnologías que harán las delicias de los amantes de los gadgets, y no todos serán smartphones. Por ejemplo, hace unos días comentábamos que Volvo iba a hacer una demostración durante la feria de su nueva tecnología de apertura y arranque del coche mediante una app y de manera automática. Pues bien, ¿habéis oído hablar alguna vez del “internet de las cosas”? El término se usa cada vez más, en especial en los países de habla inglesa. “The internet of things”, sin embargo, no es ningún fenómeno nuevo: compañías tecnológicas y expertos llevan tratando el asunto desde hace décadas, y la primera tostadora con conexión a internet se presentó en 1989. La premisa del internet de las cosas (IdC) es muy simple: se trata de conectar dispositivos a través de internet, favoreciendo la interacción entre ellos, con distintas aplicaciones e incluso con nosotros mismos. El ejemplo más típico es el de la nevera inteligente: imagina que tu nevera fuera capaz de indicarte que se ha quedado sin leche, enviándote un whatsapp, o directamente hiciera la compra de manera autónoma teniendo en cuenta tus preferencias. Parece ciencia ficción, ¿no?

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Pues no lo es tanto. Quizás uno de los campos en los que más avances se están dando es en el de la calefacción doméstica. Las empresas están empezando a implementar en muchos países el uso de termostatos inteligentes, lo cual nos brinda la posibilidad de ajustar la calefacción de manera remota, apagarla si el sistema detecta que se trata de un día soleado, o incluso apagarla de manera automática cuando no haya nadie en casa, ya sea mediante el uso de cámaras con sensores de movimiento o una simple app en nuestro smartphone.

Dicho esto, las utilidades del IdC van más allá de la domótica. Podríamos llegar a hablar incluso de ciudades inteligentes. Pensemos en señales de tráfico interconectadas que registran el tráfico en cada momento, o papeleras que indican cuándo han de ser vaciadas. Y no sólo eso. Consideremos los posibles usos industriales, como por ejemplo el uso de sensores para todo, desde la monitorización de las líneas de ensamblaje hasta el cuidado automático de los cultivos. Estos usos de carácter industrial ya son una realidad. Las empresas recurren a estos métodos con el objeto de mejorar la productividad en sus fábricas. Todo muy bonito, pero las connotaciones distópicas están ahí. ¿Hasta qué punto es ético implementar este tipo de métodos para controlar y mejorar la productividad de los trabajadores?

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El debate está servido, y además hay otras cuestiones que considerar, tales como la seguridad de las comunicaciones automáticas de los distintos dispositivos a través de la red. No obstante y a pesar de estos desafíos, los beneficios que la implementación de este tipo de tecnologías conlleva pueden ser inmensos. Consideremos el ámbito de la salud por un momento. En estos momentos ya disponemos de una serie de dispositivos muy útiles, tales como los aparatos que monitorizan constantemente al paciente y avisan de manera remota cuando el mismo está sufriendo una crisis. En el futuro, se podrán salvar muchas vidas recurriendo a gadgets tan simples como un smartwatch: una persona va corriendo por el parque, sufre una parada cardiorrespiratoria, el reloj lo detecta y avisa inmediatamente a los servicios de emergencia, a los que además envía las coordenadas de la persona.

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Ahora bien, los aficionados al mundo de la tecnología sabemos muy bien que tenemos que tomar los distintos avances con pinzas, hasta no verlos funcionando en el día a día. A veces es difícil saber si cierta innovación va a resultar importantísima en el futuro o si, por el contrario, se quedará en una mera curiosidad. Recordemos que cuando el iPhone se presentó por primera vez hubo muchos expertos que lo consideraron una tontería, mientras que hace un par de décadas, la primera incursión de las compañías en el campo de la realidad virtual, que provocó tanta expectación, fue totalmente infructuosa. Lo bueno en este caso es que el IdC no depende de una sola idea o producto, sino que se trata de un concepto mucho más amplio. Dentro de una década, puede que todo esté conectado, o quizás solo ciertos dispositivos, tales como los termostatos inteligentes que mencionamos antes. Y puede que nos refiramos a ellos con el adjetivo “inteligente”, o puede que se conviertan en una parte tan integral de nuestra vida diaria que ya no tengan un nombre específico, de la misma manera que los “teléfonos inteligentes” se han convertido en “teléfonos”, directamente.